La declaración de Luiselli es tan provocadora como pretenciosa y vacía; sin embargo, refleja la sensibilidad hípster que desdeña la utilidad de la propia escritura, capitaliza la emocionalidad para vehicular un mensaje “político”, pero a la vez rechaza el debate entre literatura y política como mero onanismo. El problema estriba en que obras como la de Luiselli o González Iñárritu, junto con los medios masivos de comunicación, dibujan un horizonte de legibilidad en común, y así delinean el arco de lo que se puede hacer y decir, qué posiciones pueden adoptarse legítimamente y qué acciones pueden ser o no comprometidas. Este horizonte de legibilidad es una cuestión de relaciones de poder y tiene que ver con la articulación de las fronteras políticas de un discurso. De este modo, las divisiones sociales se convierten en cuestión de límites, creando un “adentro” con ciudadanos del mundo consternados y un “afuera” con víctimas sufrientes. Está claro que las batallas del feminismo de segunda ola no están ganadas, y que el verdadero feminismo, como argumenta Sara Ahmed, se caracteriza por ser killjoy: a nadie le gusta cuando planteamos el problema de la localización del sexismo o del racismo.
–Irmgard Emmelheinz
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Axé.